miércoles, 24 de septiembre de 2014

Comentarios personales sobre el artículo “Nuevos paradigmas en educación, ciudad y arquitectura”, de Santiago Molina


La figura de la arquitectura y del arquitecto se encuentran cuestionados en la actualidad a los ojos de la sociedad. Tal vez no lo estuvieron en el pasado, pero lo cierto es que a día de hoy parece evidente que la sociedad ha avanzado a un ritmo determinado y nuestra profesión lleva el paso cambiado.

La razón puede encontrarse en que existe una desconexión palpable en el triángulo que forman sociedad, arquitectura y educación. Esta desconexión en mi opinión es debida a la falta de respuesta y de comprensión de los necesarios imputs de proyecto, como son PROGRAMA, CONTEXTO y el COMPONENTE FORMAL (siendo quizás este último el más delicado), y que deben de ser satisfechos para que exista una comunión entre proyecto y sociedad.

Cabe entonces preguntarse cuál es el motor que mueve la máquina de lo que se construye en este país, ¿son las ESCUELAS DE ARQUITECTURA, son las ADMINISTRACIONES o es el CIUDADANO?. Personalmente creo que el último es el responsable, me explico:

Hoy en día vivimos en una sociedad que se parece bien poco a la del siglo pasado, donde existen unos valores de tolerancia, pluralidad y compromiso social mucho más marcados. La educación hace mucho por definirlos, hace por definir la forma de hacer ciudadanos y sin embargo creo que hace bien poco por definir esa sensibilidad hacia la forma de hacer ciudad.  El ciudadano no se siente partícipe de ella, sino que simplemente aspira a ser un digno habitante de la misma. 

Sin embargo hoy en día el ciudadano tiene más voz que nunca, las redes sociales y plataformas digitales aumentan el alcance de la voz del ciudadano a unos niveles nunca vistos. El ciudadano ahora tiene el poder para ser aún más partícipe de su ciudad. Si no lo hace es porque la maquinaria de la educación no le ha predispuesto para tal objetivo. Lo mismo ocurre en política, el ciudadano se sigue sintiendo más espectador que protagonista, a pesar de tener más voz que nunca y poder hacerse oír con más facilidad y libertad que en el pasado.


La educación (que está en las manos de los ciudadanos) es la clave para transmitir una sensibilidad hacia lo construido y lo construible, para evitar una desconexión entre un ciudadano que no entiende la arquitectura (y por extensión unos gobiernos que tampoco lo hacen) y un arquitecto que propone lo incomprensible. Sólo así el ciudadano creará ciudad él mismo y se darán respuesta satisfactoria a los imputs que mencionaba al principio, pues el arquitecto los toma para su proyecto pero al final es el ciudadano quien disfruta el proyecto que han generado.